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Recuerdos, viajes y comida

Entré a la habitación y dejé mi maleta sobre la cama del hotel.

 

Las cortinas del ventanal se movían hacia adentro por la fuerza del viento. Parecían dos brazos invitándome a abrirlas. Me encaminé hacia ellas y, de un tirón, las abrí de par en par.

 

La sorpresa fue emocionante, a los 18 años, era la primera vez que yo conocía el mar.

 

Eran aproximadamente las 7:30 horas y en la administración del hotel del ISSSTE, al que acudí por ser trabajador del Tribunal Fiscal de la Federación, en donde me hospedaría por unos días, me comentaron que la habitación que me habían asignado era la más cercana a la playa y con una vista excelente al mar.

 

También me indicaron que el desayuno comenzaba a la 7:45 horas, teniendo derecho a los tres alimentos.

 

Mis pasos se encaminaron al restaurante y, siendo de los primeros huéspedes en llegar, escogí la mesa que quedaba cerca de los ventanales los cuales daban a una terraza en donde se podía disfrutar en el fondo, la inmensidad del mar.

 

Mientras admiraba sus colores, el movimiento de las olas y las gaviotas que volaban muy cerca de mí, las meseras se acercaron a mi mesa.

 

Por un momento creí que me preguntarían que quería desayunar; sin embargo, no fue así. Una llevó en primer lugar un platón de fruta picada, una jarra de jugo de naranja, y un vaso para el café. Después llegó otra con dos jarras, una de extracto de café y la otra con leche y me pidió que le indicara cuánto café quería para después servir la leche. Enseguida llego la primera mesera y puso en la mesa una canastilla con variado pan de dulce y bolillos

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Al llegar la segunda mesera, trajo consigo un platón con huevos a la mexicana, una fuente con frijoles de la olla y salsas verde y roja.

 

Me informaron que podía tomar la cantidad de huevo y frijoles que quisiera, así como repetir el café y el jugo que apeteciera.

 

La sazón de los alimentos era excelente, los huevos a la mexicana tenían un picor suave, delicado; el café con leche poseía un sabor balanceado a mi paladar y, los frijoles de la olla sabían riquísimos, creo que eran frijoles jarochos. Quienes han estado en el maravilloso puerto de Veracruz y han comido sus frijoles, sabrán a qué me refiero.

 

Al terminar de desayunar, abandoné el restaurante y me dirigí a mi habitación a ordenar mi ropa, mis efectos personales, y todo aquello que llevas en la maleta cuando sales de viaje. Después, me senté en una silla en la terraza de la habitación a contemplar el mar.

 

Más tarde decidí salir a caminar por la playa, pues nunca lo había hecho, y la brisa del mar, así como la arena bajo mis pies, me llevaron a experimentar sensaciones nuevas, bastantes agradables.

 

Para mí el tiempo había transcurrido lento pero el timbre del teléfono de la habitación, porque en ese entonces no existían los celulares, me volvió consciente del horario, pues me llamaban para informarme que la comida estaba a punto de servirse.

 

Caminé hacia el restaurante y mi sorpresa fue más grande que la del desayuno.

 

La mesera me trajo agua de frutas, un canasto con tortilla y salsa y en seguida llegó la sopa. Recuerdo perfectamente que era de pasta, servida en un plato bastante grande y con un toque casero; posteriormente me trajeron un platón de arroz blanco con plátanos fritos, seguramente era plátano macho pues este fruto es muy utilizado en la cocina tradicional de algunas regiones tropicales, y también era para servirme cuanto yo quisiera.

 

En tanto, el plato fuerte fue un filete de pescado empanizado, bastante grande, acompañado de ensalada, y por último, de postre, una rebanada generosa de ate con queso.

 

Al terminar de comer, quise caminar nuevamente, tanto para seguir disfrutando del paisaje, como para digerir la opípara comida.

 

Después de caminar, me dirigí a mi habitación para planear mis actividades del día siguiente. Sin embargo, el timbre del teléfono interrumpió nuevamente mis actividades para invitarme a cenar a partir de las 19:30 horas hasta las 21:00.

 

Fue hasta las 20:30 horas que me presente en el restaurante en donde me había propuesto solo tomar café y algún pan de dulce de la región. Pero, al llegar y sin previo aviso, repitieron el café con leche matutino, pan de dulce y de plato fuerte, 3 picaditas veracruzanas, con frijoles, crema, queso y lechuga. Además de eso, la invitación a servirme ilimitadamente de la olla con frijoles se repitió.

 

El día terminó caminando en la playa, contemplando la oscuridad de la noche frente al mar, con sólo el murmullo de las olas que indicaba la dirección del mar.

 

Cuando regresé a mi habitación, me acosté y me fui quedando dormido poco a poco, con el arrullo de las olas, el canto de los grillos y esa brisa fresca que solo el mar proporciona.

 

Por cierto, el hotel del ISSSTE fue demolido a finales de la década de los 80´s, para dar paso a lo que hoy en día se conoce como el Fraccionamiento Costa de Oro, rumbo a Mocambo.

Ernesto Lievana

Viajero, amante de México, sus rincones y su comida.

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