Recuerdos, viajes y comida
- Escrito por Ernesto Lievana
El Coromuel, uno de los transbordadores que prestaba los servicios de transportación de pasajeros desde los diferentes puntos de la contracosta, tocó por segunda vez su silbato o chifle para anunciar su llegada al puerto de Pichilingue, en Baja California Sur.
Eran aproximadamente las 7:30 de la mañana cuando el ferry entró a puerto procedente de Puerto Vallarta, Jalisco, de donde zarpamos puntualmente a las 23.00 horas, del día anterior.
El espectáculo era maravilloso, pues desde la barandilla de la embarcación se veían las luces de Puerto Vallarta alejándose de nosotros, y también podía observarse la alegría de la gente en cuanto el barco empezó su travesía y las manos, de los familiares o amigos que se quedaban en tierra, se agitaban diciéndonos adiós y deseándonos buen viaje.
Poco a poco, las luces del puerto que dejábamos se fueron alejando y haciéndose más pequeñitas, y tiempo después, la obscuridad empezó a rodear el barco. Esa noche no había luna llena, por lo que solo se podía apreciar el firmamento lleno de estrellas.
Mientras el trasbordador avanzaba, yo me quedé un rato admirando ese espectáculo tan maravilloso recargado en la baranda de babor. Tenía emociones encontradas. Por un lado, disfrutar de mi primer viaje en “barco” y navegar en altamar, ver el cielo estrellado, escuchar el sonido del mar golpeando el casco del barco en la obscuridad total; y por otro, el temor que genera esa obscuridad desconocida que me llevaba a pensaba que, si algo sucedía, cuál sería el resultado.
La primera vez que sonó el silbato de la embarcación, eran un poco más de las 6 de la mañana. Cabe señalar que en ese tiempo viajaba con poco presupuesto y por ello adquirí mi boleto de clase turista, y fue por ello que aprendí que allí se viajaba en bancas o asientos, nadie me lo había advertido.
Al terminar de ver la oscuridad de la noche en alta mar, aproximadamente a la media noche, me dirigí al salón de pasajeros de clase turista, que como ya mencioné, estaba con formado de bancas y algunas sillas, motivo por el cual, me senté en una banca, pero después de un rato, hice lo que los demás pasajeros: en el suelo, cansado por mis actividades de ese día, coloqué mi mochila como almohada y en unos minutos me quedé dormido.
Como se sentía calor, las puertas del salón permanecieron abierta de par en par. Sin embargo, dos cosas me despertaron: en primer lugar, el silbato del barco anunciando que se aproximaba a puerto; y, en segundo lugar, un rayo de luz del sol que empezaba a asomarse. Este espectáculo natural simulaba el hecho de que el sol estaba saliendo del agua del Mar de Cortez. ¡Fue algo inolvidable presenciar el amanecer en alta mar!
La primera vez que sonó el silbato de la embarcación, esa vez en que me despertó, eran un poco más de las 6 de la mañana.
Al desembarcar, ya en Pichilingue, me subí a un camión que me llevaría a la ciudad de la Paz, Baja California. En ese entonces, era una ciudad muy pequeña, con amplias avenidas, con una plaza principal o zócalo en donde podía disfrutarse el mar cristalino y calmado de la bahía.
A unas cuadras de la terminal del camión que me trajo de la terminal marítima estaba el hotel en que me hospedaría, llamado precisamente Hotel La Paz. No era de lujo, pero si confortable.
Al empezar a registrarme, vi a un hombre que se me acercaba. Era un promotor turístico que me ofrecía una excursión en yate visitando toda la bahía. Además, y por el mismo precio, me daban bebidas, comida y transporte de ida y vuelta. Acepté y reservé mi lugar en la excursión y quedaron de pasar por mí en hora y media.
Así fue que, a las 10.30 de la mañana, estaba nuevamente a bordo, ahora de un yate, para visitar las playas de La Paz. Primero se dirigió a la Playa de Balandra, en donde nos bajaron para nadar y tomar un refrigerio; después nos llevaron a las playas de Pichilingue, cerca de la terminar de los barcos; y, finalmente, arribamos a la playa de Coromuel.
Después de nadar y tomar el sol en nuestra última parada, emprendimos el viaje de regreso y ahí fue donde nos dieron de comer.
Al principio pensé que nos darían pescado o carne, pero grande fue mi sorpresa cuando me sirvieron un platillo caldoso y unos pedazos de pescado o algo así, Yo desconocía lo que comía y me atreví a preguntar qué pescado era, sin esperar la respuesta que recibí: “es carne de caguama”, me respondieron.
Sí, efectivamente, era carne de tortuga caguama, la cual, al empezar a degustarla me generaba un sabor algo húmedo.
El regreso a la bahía de la Paz fue muy agradable, había cervezas, refresco y mucho caldo que ahora sabía que era de tortuga, así como un conjunto musical que fue tocando todo el regreso.
Una vez más, disfruté de atardecer en el mar, con cerveza, comida y música para bailar.
Permanecí en La Paz, B.C., tres días. El cuarto día abordaría una vez más el ferry, quizá esta vez el llamado Diaz Ordaz, ahora para llegar al puerto de Mazatlán, en Sinaloa.
Ernesto Lievana
Viajero, amante de México, sus rincones y su comida.